Poco se aprende, tanto para aquellos interesados en iniciar un análisis como para aquellos que están (estamos) en formación, de las afirmaciones que expresan de manera categórica lo que es y no es un psicoanálisis.
Pretender darle una consistencia ontológica al análisis (afirmando que es, por ejemplo, la cura por la palabra, o que “siempre se termina hablando de amor”) nos lleva a pensar que aquello que no pasa por la palabra, o por el amor, entonces no sería análisis. Algo similar sucede con las categorías estructurales/diagnósticas del psicoanálisis. Se suele afirmar cosas como “el neurótico siempre…”, “la histérica hace…” “el obsesivo es…”, como si el analista recibiera en su consulta a individuos que encarnan una entidad en específico (o se es neurótico, o se es psicótico, o perverso, o nada), y considero que eso contribuye en gran medida a la incertidumbre en el trabajo clínico. “¡Pero si a mi me dijeron que un neurótico nunca hace eso!” Entonces se es más neurótico, menos neurótico, (más grave o menos grave…) en función de que tantas afirmaciones de la neurosis uno parece cumplir. Vemos cómo esto nos remite de vuelta a la lógica del DSM.
Lo mismo aplica a la inversa: afirmar lo que el psicoanálisis no es, particularmente en relación con otras disciplinas o “especialidades” de la psicología, tampoco nos garantiza un lugar en el que podamos estar mejor parados. Un psicoanálisis no es más psicoanálisis por no ser cognitivo conductual, sistémico, humanista o esotérico. Lo mismo sucede entre los autores, ante los cuales se suele colar un sesgo de “pureza”: ser estrictamente freudiano, kleiniano, lacaniano, meltzeriano, etc. ¿Cuanto nos perdemos por asegurar de entrada que “los demás no son psicoanalistas de verdad” si no pertenecen a nuestra congregación/escuela? ¿Cuántos autores o trabajos escritos hemos evitado porque no pertenecen a cierto autor o corriente? Cuanto daño ha causado, por ejemplo, el apelativo de “posfreudianos”, que llevó a toda una generación de lacanianos a desestimar a la escuela americana e inglesa por interpretar las críticas de Lacan como desestimaciones de su estudio. “Si Lacan los critica, se burla de ellos, entonces ¡no hay que leerlos!”. Pero esto da para otro escrito aparte.
En ocasiones también, estos argumentos en negativo sirven para convencer a los detractores del psicoanálisis, de que no se trata de algo nocivo o dañino, y que pueden acercarse sin demasiada cautela a emprender un análisis. Se argumenta entonces, en favor de las bondades del psicoanálisis: Un análisis NO tiene que durar para siempre, un análisis NO tiene que ser muy caro, un análisis NO tiene que ser de mucha frecuencia, un análisis NO debe ser presencial. Si bien encuentro argumentos válidos para estas posturas, entiendo que esto puede prestarse a relativizar nuestra práctica a un “todo vale”, en donde es el analizante quien dicta las condiciones del encuadre, en función de su conveniencia, comodidad o resistencia (son sinónimos).
Creo que cuando reducimos nuestra comprensión del psicoanálisis a ciertos axiomas, aforismos o afirmaciones universalizantes, se pierde algo de la complejidad del psicoanálisis en el proceso. Peor quizás cuando dichas afirmaciones se asocian a una “escuela” en específico, y que reducen el psicoanálisis a una pastoral (como advertía Jean Allouch): “x dice que el psicoanálisis es tal y tal, y si alguien dice lo contrario, o no lo leyó bien, o no está haciendo análisis”.
No considero que el psicoanálisis esté escrito en piedra: lo que es verdadero en un momento en el tiempo, o para algún caso/analizante en específico, puede no serlo en otro momento, o para otro analizante. O para el mismo analizante, en otro momento. Tampoco creo que todo sea relativo: no pretendo que de este escrito se derive la conclusión de que “todo vale”, o “todo es verdadero”, pues si bien la verdad puede ser plural (algo de eso señalaba Foucault), no es lo mismo que decir que todo sería verdadero.
Quizás debemos apuntar a sostener la paradoja, como decía Masud Khan inspirado por la teoría de Winnicott, más que apuntar a resolverla. Un pensamiento psicoanalítico es aquel que más allá de estancarse en los binarismos, y en las preguntas por lo verdadero y lo falso, permite a cada practicante de esta disciplina el espacio para la creatividad y el alojamiento de ideas contradictorias (y lo mismo para aquel que se analiza). El psicoanálisis es y no es, y más que eso también.
Me encantó esto que escribes colega. Definitivamente un texto para compartir y abrir un espacio donde las ideas fluyan.